jueves, 29 de julio de 2010

Star Trek: LA SAGA DE SPOCK


Capítulo 1
Batalla final

- Capitán, nuestras defensas están bajando
- Me doy cuenta de ello, señor Spock... ¡Scotty, dime que puedes arreglarlo!
- ¡Los motores saltarán si lo intento! ¡No puedo darle más potencia!
- Maldita sea, no puedo acabar así.
- ¡Pájaro de presa virando! ¡Nos tienen cogidos!
- ¡Señor Sulu, acción evasiva!, ¿Aguantarán los escudos, Spock?
- Están al 0,1 % capitán, resistir un impacto en estas condiciones está más allá de nuestras posibilidades.
- Entonces sólo podemos huir... Señor Scott, desvíe la energía restante a los sistemas de propulsión. Chekov, trace un rumbo que nos saque de aquí.
- Capitán, han disparado.
- ¡Hiperespacio! ¡Ahora o moriremos todos!
- ¡Es tarde, demasiado tarde!

Una ráfaga de luz verde cruzó el espacio, apuntando al mismo corazón de la sala de reactores del Enterprise. Justo en ese momento, el capitán Kirk se despertó envuelto en un sudor frío.

- Esta vez estuvo muy cerca. Me pregunto por qué estas malditas pesadillas tienen que ser tan reales.

James T. Kirk, oficial retirado de la Flota Estelar, dos veces ascendido a Almirante, odiaba mirarse al espejo. Sus más de cincuenta años apenas se intuían en su reflejo, pero él veía cómo su juventud se había esfumado sin dejar señales aparentes. No le importaba su aspecto, sino el hecho de ver a esos nuevos oficiales, tan parecidos a él en sus primeros tiempos que ahora lo trataban como si fuera una pieza de museo. El vértigo de la jubilación lo había atrapado por un tiempo... las conferencias, los homenajes... cientos de recepciones sociales, multitudes de ojos que no perdían detalle del último de sus gestos... Y ahora nada.

- Asúmelo, Jim, después de tanto tiempo, has sido derrotado. - Y así era, ni el propio James T. Kirk había logrado dominar al tiempo, el enemigo de la batalla final.
- Bueno, creo que iré a pasear un poco. - En realidad lo que le apetecía era ir a casa de Bones y salir a tomar algo, pero se supone que los ancianos no hacen esas cosas. Además, a Bones no le había hecho ninguna gracia la reciente boda de su hija.

- Hola Bones. - Jim había ido a pasear, pero por alguna misteriosa razón acabó frente a la puerta de su inseparable Leonard McCoy.
- ¿Qué tal, Jim? ¿Vienes a echar un poco de sal en las heridas de este pobre viejo?
- Vamos, vamos, debes asumir que tu hija es una mujer adulta, y si ha decidido casarse con Seget, seguro que hay una buena razón.
- ¡Por supuesto que la hay!, ¡quiere matarme!
- Vamos, Bones, ¿ ¡cómo puedes decir eso!?
- ¿¡Que cómo puedo!?
- Yo creo que exageras un poco la situación.
- ¡Venga ya, Jim!, ¿en serio crees que mi hija está convencida de que casarse con un maldito Vulcaniano de orejas puntiagudas va a mejorar la salud de su padre?
- Recuerda que se conocieron en la facultad de medicina, a dónde muy probablemente la empujaron tus continuos consejos.
- Lo recuerdo, y daría un brazo por volver atrás en el tiempo y hacer que se dedicase a algo menos peligroso, como extraer Dilitio en alguna mina de Klingon.
- Vamos, Bones, salgamos a algún lado. Te invito a una cerveza, pero sólo si tu mal humor se queda en casa.
- Está bien, lo intentaré.

Unos minutos más tarde, la cerveza romulana había hecho desaparecer los peores síntomas del “Síndrome del Padre Contrariado” (la modesta aportación de Jim Kirk al desarrollo de la Psicología).

- Nos estamos haciendo viejos, Jim.
- ¿Quién lo dice?
- Lo dicen mis huesos, y también los tuyos lo harían si tú te pararas a escucharlos. Nosotros nos acostumbramos a modelar esta galaxia, y ahora sólo podemos ver cómo otros han ocupado nuestro lugar en el torno.
- Sí, supongo que así es... Pero de todas formas me gusta pensar que una parte de nuestro equipo aún sigue allá arriba.
- ¡Ah, sí!, el bueno de Hikaru no lo tuvo nada fácil después del sabotaje de Scotty, pero ha podido darle una reputación a la Excélsior.
- ¡Y Chekov!, Dios sabe que ese muchacho no nació para mandar una nave estelar, pero ya no quedan navegantes como él.
- Es una auténtica paradoja: el Enterprise-B no es tan distinto al nuestro, un Sulu al timón y Pavel donde siempre ha estado...
- Sólo faltamos nosotros, y te aseguro que daría cualquier cosa por volver...
- ¡Yo no! Ahora que no tengo que hacerte de niñera, prefiero que mis átomos sigan en su sitio, y no esparcidos por el espacio.
- Sí, fueron buenos tiempos, ¿no crees?
- Cierto, nunca lo olvidaré... ¿Has ido alguna vez al Enterprise?
- No, no creo que pudiera soportar verla convertida en un escaparate. Esa nave está hecha para volar, no para pasar sus días anclada a millones de kilómetros de la acción.
- Tienes razón, Jim, pero quién querría encargarse de esa nave... no, Jim, el peso es demasiado para cualquiera.
- Spock podría haberlo conseguido, él es capaz de entrenar a cualquiera. Si no nos hubiera abandonado ahora habría dos Enterprise en el espacio...
El silencio se hizo entre los dos hombres. Spock, nada más jubilarse, había partido hacia Vulcano, y cuando estaban a punto de cumplirse veinte años de su marcha, ni un sólo mensaje había llegado hasta sus oídos. Bones no lo sabía, pero Jim creía a Spock atrapado en alguna extraña tradición vulcana... de haber sabido que estaba en lo cierto, lo habría dejado todo para reunirse con él.

CONTINUARA.

Relato de JUAN TERUEL RAMON.

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