viernes, 6 de agosto de 2010

Star Trek. la saga de Spock

- Ahora debo cambiar mi narración. He sido muy general, sin citar nombres ni fechas, pero ahora eso debe cambiar. Entre esos exploradores, destacó uno llamado Tork. Fue él quien, casualmente, descubrió indicios de alta tecnología en un lugar donde no debería existir. Aquellas gentes acababan de salir de una guerra parecida a la que se había vivido en mi planeta, pero a diferencia de nosotros, ellos no habían tenido que enfrentarse a una situación tan drástica. Más aún, su carácter estaba cambiando, y dejaron de ser parecidos a Los Antiguos para convertirse en seres gemelos de los vulcanos, pero con todos sus sentimientos intactos... Fueron estos seres extraordinarios los que poco después de una guerra devastadora realizaron, con medios muy precarios, el primer vuelo a velocidad superluz. Gracias a este logro, el Planeta Tierra cobró un súbito interés para nuestra civilización. Tork fue el primero en detectar el vuelo, y así también lo fue en pisar el planeta. Él fue el protagonista del Primer Contacto. Él descubrió a los terrícolas la existencia de otras razas inteligentes más cerca de ellos de lo que jamás se atrevieron a pensar. Tork fue el primer embajador de Vulcano en la Tierra, y Tork transmitió ese honor a su hijo, Sarg. Luego la embajada pasó a Santok, a Trangor, a Senk, a Sorka, a Surak, a Surn, a Skon, a Sarek, y ahora a mí, Spock, un medio humano. Pronto me sucederá Saat, pero eso pertenece al futuro. Lo importante ahora es que, cincuenta años después de aquel primer encuentro, Vulcanos y Terrícolas se unieron en un proyecto común: la Federación de Planetas Unidos. Fueron dos razas, dos formas distintas las que unieron sus esfuerzos para descubrir el Universo, y hoy somos más de ciento cincuenta planetas... Yo soy el décimo descendiente de Tork, y por eso debo ir a la Tierra una última vez para renovar el pacto de amistad que se hizo. De haber podido, lo hubiera hecho antes, pero cuando murió mi padre yo ya estaba demasiado enfermo... Ahora debo ir mientras aún me quede vida, y deseo que ustedes, mis compañeros... mis amigos, me acompañen en este último viaje. Yo nací en Vulcano, pero ahora deseo morir en la Tierra. De esta forma, nuestros dos mundos, y las dos partes de mi ser, se unirán más allá de toda división posible.

- Spock, lamentamos profundamente verle así, sobre todo después de tantas cosas que hemos pasado juntos, pero estamos dispuestos a acompañarle a la Tierra.
- Gracias, almirante. Estaba seguro de que me comprendería. Ahora, si les parece bien, será mejor que nos preparemos para irnos.

Spock siempre se había caracterizado por un equipaje pequeño, y su enfermedad sólo requería de una pequeña camilla. No pasó mucho tiempo antes de que todos estuvieran dispuestos para el viaje de regreso. Saavik debía quedarse en Vulcano, para que al menos una representante de la familia guardara las posesiones – había una antigua ley que decía algo en ese sentido, pero nadie sentía una especial curiosidad por las costumbres del planeta -. La despedida fue muy del gusto local, breve y sin asomo de emociones. Kirk había oído que Spock era un ciudadano muy respetado, casi una leyenda, pero si así era, la forma Vulcana de tratar a sus leyendas hubiera hecho que cualquier humano repudiara a su pueblo. Por supuesto, Spock era solo medio humano, así que no se sintió demasiado ofendido.

- Larga vida y prosperidad, Spock.
- Larga vida y prosperidad, Saavik. Te veré en mis sueños.
- Vivirás en mi recuerdo, Spock.
- Adiós, Saavik, espero volver a verla algún día.
- Gracias, Almirante. Ha sido agradable volver a verles de nuevo.
- Scotty, comunique al Bounty que estamos listos para subir a bordo.
- Scott a Bounty. Preparados para el transporte.

Un destello de luz roja fue lo último que vio Saavik antes de que la antigua tripulación del Enterprise se materializara en la sala de transporte donde el capitán Andersson les estaba esperando.

- Solicitamos permiso para subir a bordo, capitán.
- Permiso concedido, embajador Spock. Es un honor tenerle a bordo de nuestra nave.
- Gracias, capitán. Espero no parecer descortés si le pido que me muestre mi camarote lo antes posible.
- Por supuesto que no, señor. Alférez, acompañe al embajador y sus compañeros a sus camarotes.
- ¿Cuándo partiremos, capitán?.
- De inmediato, capitán Sulu. Es un viaje algo largo, confío en que no se aburran.
- No creo, tenemos mucho de qué hablar.
- Unos veinte años, ¿verdad, embajador?.
- Si usted lo dice, doctor...

El capitán Andersson despidió a sus pasajeros, y enseguida ordeno al timonel poner rumbo hacia la Tierra a la mayor velocidad posible. Andersson se sentía un guerrero, no un taxista. Y por mucho que Kirk y sus compañeros hubieran hecho por la Federación, sus días de gloria ya habían pasado.

Si Kirk hubiera conocido estos pensamientos de Andersson, tal vez no se habría llevado la mala impresión de él que ahora tenía. Le parecía un capitán demasiado conformista como para ser bueno. “Bueno”, pensó “de todos modos, eso ya no es problema mío. Debo acostumbrarme a lo que dice Bones. Las decisiones ahora las toman otros”.


Relato de JUAN TERUEL RAMON.

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