Luís Rueda
No se antoja tarea fácil reinventar, reconstruir o redefinir una marca, una saga y en cierto modo una religión comoStar Trek. Desde que en 1966 Gene Roddenberry pusiera en marcha su primer episodio televisivo, la saga ha ofrecido once largometrajes y etapas tan estables y estimables como la centrada en La nueva generación con Jean Luc Picard como simbiosis de los otrora antagonistas Kirk y Spock. Esa tarea tan ardua y contraproducente ha recaído en manos del poper de la televisión J. J. Abrams (Alias, Lost) y realizador de un buen par de filmes como Monstruoso o la estimulante Misión: Imposible III. El resultado de esta nueva entrega cinematográfica es estimable, irreprochable y nos regala un libreto pleno de guiños, pero acaso desde el punto de vista de un trekkie moderado exista una mácula en toda esta portentosa producción: el poco riesgo en la imaginería y la ausencia de un diseño de producción propio y más específico, a la altura de clásicos como Blade Runner o, ¿por qué no?, La guerra de las Galaxias.
Ustedes perdonarán la osadía, pero me atrevo a decir que el filme más refrescante y desacomplejado de Ciencia Ficción que he podido ver en los últimos tiempos es Serenity, la cinta de Josh Wedom (Buffy Cazavampiros) que redondeaba y ponía colofón a la magistral serie Firefly. Porfío mi introducción a esta confesión para, ante todo, jugar con las cartas sobre la mesa. La reformulada Star Trek 11 es un filme de laboratorio en el que todo está dosificado con encomiable mesura: un guión trufado de guiños trekkies, la consabida paradoja espacio-tiempo que haría las delicias de Eduard Punset y una afortunada apuesta por la acción, que aunque a algunos les parezca un cambio radical, cabe decir, ya era elemento presente en los últimos filmes protagonizados por la Nueva Generación. De este nuevo Star Trek bueno es reconocer que es todo un acierto la elección de los jóvenes actores que encarnan a los Bones Macoy (Karl Urban), Mr. Spock (Zachary Quinto) y muy especialmente, James T. Kirk (Chris Paine). Paine conforma una excelente Capitán Kirk que potencia el perfil tabernario y un tanto irreverente (de personaje fordiano) que ya irradiaba el mítico William Shatner; hay quien ha querido ver en este personaje a una suerte de Han Solo, pero, a mi criterio, todas esas conductas de indisciplinado, ya estaban presentes en el personaje original. Si nos debemos a los elementos más fidedignos, debemos fijar nuestra atención a un Mr. Spock, que no se sale ni un centímetro de la esencia torturada y meditabunda de Leonard Nimoy, con alguna salvedad poderosa que no revelaremos, claro… En toda la parcela del casting y la confección de unos personajes excelentemente dimensionados el filme resulta sobresaliente. J. J. Abrams, todo un hacedor de blockbusters, raya en la perfección en su concepto del ritmo y el espectáculo visual: soberbias batallas espaciales, conflictos sheakespirianos en la sala de mandos, y una historia de amistad compleja y refrescante que tanto nos lleva en volandas a la más chispeante Buddy Movie como a la más sarcástica escena de cuadrilátero.-con toneladas de arrogancia y paroxismo geek en cada round-secuencia.
Dicho esto, y dejando algunas otras bondades que ahondaría en el tejido del filme en su poderosa historia, trufada de instantes prodigiosos. ¡Qué maravilla el alcance, la explicación y la dosificación dentro del devenir argumental del mítico teletransportador! El trabajo de los guionistas Roberto Orci & Alex Kurtzman (Transformers, MI: III) es posiblemente los mejor del filme. No pierdan detalle de la trágica belleza del instante del rescate en Vulcano, o de los secundarios de lujo como Scotty, el acento highlander en una nave, la monumental Enterprise donde hasta Abrams da cabida a una suerte de pequeño Chewei que redondea la idea de autoparodia. El tono alejado de la pompa de la obra maestra de Robert Wise, se da en forma de elemento desmitificador, necesario para hacerse con la complejidad de las nuevas generaciones, algunas de ellas impermeables hacia la magia de la película y disfuncionales ante la paradoja temporal que plantea –para un fan de Star Wars ese ejercicio posibilista a lo Carl Sagan es todo un suplicio: le es difícil ver más allá de una espada láser de colores, para un trekkie es una gracioso truco de magia que embriaga (que no se me enfaden los seguidores de George Lucas, J. J. Abrams es el paradigma que rebate mi broma maliciosa (de trekkie cabrón que diría el propio Bones MaCoy. Dicho esto, mi personaje favorito junto al citado Jean Luc Picard).
Pero una vez confesos a la causa de Abrams nos toca ser críticos y poner en solfa aquellos elementos que impiden que este filme sea una obra maestra (sí, exigente, como buen trekkie cabrón). Entraremos en detalle mediante unos pocos ejemplos, ¿por qué todo el episodio en el helado planeta Holt –el destierro de Kirk- es un pasaje copiado sin escrúpulos de la fenomenal El Imperio contraataca? ¿Por qué este filme tan taimado y exacto en sus líneas maestras es indeciso estéticamente y solo adquiere personalidad cuando la acción se circunscribe al interior del puente de mando del Enterprise? ¿Por qué tras su pálpito visceral y valiente se halla un inoportuno remiendo de referentes televisivos y cinematográficos? Ahí están V, Babilon 5 y hasta Starship Troopers. Sin ser una mácula definitiva o un error de peso, alguien debería haber insistido a J. J. Abrams en trabajar con mayor determinación y riesgo aspectos como el Diseño de Producción o incluso el score del filme. Si hemos asumido que se trata de reinstaurar una saga que comienza, que da sus primeros pasos, estas indecisiones resultan perjudiciales y, diría más, doy por sentado que la comunidad trekkie hubiese reaccionado con inteligencia y distanciamiento (virtudes que la caracterizan) ante esa reformulación integral. A algunos protomodernos seguidores de Abrams (la tribu Losts) les ha dado por atizar a la comunidad trekkie con alevosía y total injusticia tratándoles de talibanes: puestos a ser groseros, quizá a los que deberían desterrar del planeta Hoth es los guionistas de Losts, auténticos corsarios catódicos que llevan un vergel de cuatro mástiles sin timón, ancla y constantes vías de agua –algunos lo llaman el arte de la improvisación-.
Los amantes de la Sci-Fi, todos sin excepción, deberíamos estar de enhorabuena por el alcance de este espléndido filme que se aferra a la esencia de un género que amamos por su sofistificación y por aquello que no se nos muestra, la belleza cifrada de un universo tan peligroso y arduo como lo fuera el Oeste americano. La conquista es la curiosidad y Star Trek , como Dr. Who o Firefly forman parte de un culto que empezó con Asimov, Clark, Brown y tantos otros y una vez más nos abre una ventana rectangular al infinito soñado por los hombres. Yo, como Spock, pido permiso para subir a bordo.
Fuente la republica cultural
No se antoja tarea fácil reinventar, reconstruir o redefinir una marca, una saga y en cierto modo una religión comoStar Trek. Desde que en 1966 Gene Roddenberry pusiera en marcha su primer episodio televisivo, la saga ha ofrecido once largometrajes y etapas tan estables y estimables como la centrada en La nueva generación con Jean Luc Picard como simbiosis de los otrora antagonistas Kirk y Spock. Esa tarea tan ardua y contraproducente ha recaído en manos del poper de la televisión J. J. Abrams (Alias, Lost) y realizador de un buen par de filmes como Monstruoso o la estimulante Misión: Imposible III. El resultado de esta nueva entrega cinematográfica es estimable, irreprochable y nos regala un libreto pleno de guiños, pero acaso desde el punto de vista de un trekkie moderado exista una mácula en toda esta portentosa producción: el poco riesgo en la imaginería y la ausencia de un diseño de producción propio y más específico, a la altura de clásicos como Blade Runner o, ¿por qué no?, La guerra de las Galaxias.
Ustedes perdonarán la osadía, pero me atrevo a decir que el filme más refrescante y desacomplejado de Ciencia Ficción que he podido ver en los últimos tiempos es Serenity, la cinta de Josh Wedom (Buffy Cazavampiros) que redondeaba y ponía colofón a la magistral serie Firefly. Porfío mi introducción a esta confesión para, ante todo, jugar con las cartas sobre la mesa. La reformulada Star Trek 11 es un filme de laboratorio en el que todo está dosificado con encomiable mesura: un guión trufado de guiños trekkies, la consabida paradoja espacio-tiempo que haría las delicias de Eduard Punset y una afortunada apuesta por la acción, que aunque a algunos les parezca un cambio radical, cabe decir, ya era elemento presente en los últimos filmes protagonizados por la Nueva Generación. De este nuevo Star Trek bueno es reconocer que es todo un acierto la elección de los jóvenes actores que encarnan a los Bones Macoy (Karl Urban), Mr. Spock (Zachary Quinto) y muy especialmente, James T. Kirk (Chris Paine). Paine conforma una excelente Capitán Kirk que potencia el perfil tabernario y un tanto irreverente (de personaje fordiano) que ya irradiaba el mítico William Shatner; hay quien ha querido ver en este personaje a una suerte de Han Solo, pero, a mi criterio, todas esas conductas de indisciplinado, ya estaban presentes en el personaje original. Si nos debemos a los elementos más fidedignos, debemos fijar nuestra atención a un Mr. Spock, que no se sale ni un centímetro de la esencia torturada y meditabunda de Leonard Nimoy, con alguna salvedad poderosa que no revelaremos, claro… En toda la parcela del casting y la confección de unos personajes excelentemente dimensionados el filme resulta sobresaliente. J. J. Abrams, todo un hacedor de blockbusters, raya en la perfección en su concepto del ritmo y el espectáculo visual: soberbias batallas espaciales, conflictos sheakespirianos en la sala de mandos, y una historia de amistad compleja y refrescante que tanto nos lleva en volandas a la más chispeante Buddy Movie como a la más sarcástica escena de cuadrilátero.-con toneladas de arrogancia y paroxismo geek en cada round-secuencia.
Dicho esto, y dejando algunas otras bondades que ahondaría en el tejido del filme en su poderosa historia, trufada de instantes prodigiosos. ¡Qué maravilla el alcance, la explicación y la dosificación dentro del devenir argumental del mítico teletransportador! El trabajo de los guionistas Roberto Orci & Alex Kurtzman (Transformers, MI: III) es posiblemente los mejor del filme. No pierdan detalle de la trágica belleza del instante del rescate en Vulcano, o de los secundarios de lujo como Scotty, el acento highlander en una nave, la monumental Enterprise donde hasta Abrams da cabida a una suerte de pequeño Chewei que redondea la idea de autoparodia. El tono alejado de la pompa de la obra maestra de Robert Wise, se da en forma de elemento desmitificador, necesario para hacerse con la complejidad de las nuevas generaciones, algunas de ellas impermeables hacia la magia de la película y disfuncionales ante la paradoja temporal que plantea –para un fan de Star Wars ese ejercicio posibilista a lo Carl Sagan es todo un suplicio: le es difícil ver más allá de una espada láser de colores, para un trekkie es una gracioso truco de magia que embriaga (que no se me enfaden los seguidores de George Lucas, J. J. Abrams es el paradigma que rebate mi broma maliciosa (de trekkie cabrón que diría el propio Bones MaCoy. Dicho esto, mi personaje favorito junto al citado Jean Luc Picard).
Pero una vez confesos a la causa de Abrams nos toca ser críticos y poner en solfa aquellos elementos que impiden que este filme sea una obra maestra (sí, exigente, como buen trekkie cabrón). Entraremos en detalle mediante unos pocos ejemplos, ¿por qué todo el episodio en el helado planeta Holt –el destierro de Kirk- es un pasaje copiado sin escrúpulos de la fenomenal El Imperio contraataca? ¿Por qué este filme tan taimado y exacto en sus líneas maestras es indeciso estéticamente y solo adquiere personalidad cuando la acción se circunscribe al interior del puente de mando del Enterprise? ¿Por qué tras su pálpito visceral y valiente se halla un inoportuno remiendo de referentes televisivos y cinematográficos? Ahí están V, Babilon 5 y hasta Starship Troopers. Sin ser una mácula definitiva o un error de peso, alguien debería haber insistido a J. J. Abrams en trabajar con mayor determinación y riesgo aspectos como el Diseño de Producción o incluso el score del filme. Si hemos asumido que se trata de reinstaurar una saga que comienza, que da sus primeros pasos, estas indecisiones resultan perjudiciales y, diría más, doy por sentado que la comunidad trekkie hubiese reaccionado con inteligencia y distanciamiento (virtudes que la caracterizan) ante esa reformulación integral. A algunos protomodernos seguidores de Abrams (la tribu Losts) les ha dado por atizar a la comunidad trekkie con alevosía y total injusticia tratándoles de talibanes: puestos a ser groseros, quizá a los que deberían desterrar del planeta Hoth es los guionistas de Losts, auténticos corsarios catódicos que llevan un vergel de cuatro mástiles sin timón, ancla y constantes vías de agua –algunos lo llaman el arte de la improvisación-.
Los amantes de la Sci-Fi, todos sin excepción, deberíamos estar de enhorabuena por el alcance de este espléndido filme que se aferra a la esencia de un género que amamos por su sofistificación y por aquello que no se nos muestra, la belleza cifrada de un universo tan peligroso y arduo como lo fuera el Oeste americano. La conquista es la curiosidad y Star Trek , como Dr. Who o Firefly forman parte de un culto que empezó con Asimov, Clark, Brown y tantos otros y una vez más nos abre una ventana rectangular al infinito soñado por los hombres. Yo, como Spock, pido permiso para subir a bordo.
Fuente la republica cultural
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