martes, 1 de diciembre de 2009

Relato: Un momento muy delicado

El capitán Picard se encontraba incómodo. Muy incómodo. Sentado en el sillón del Puente, con aquellas difíciles negociaciones diplomáticas en marcha, esta sensación de incomodidad le atenazaba y le distraía. Toda la Federación corría serio peligro si no alcanzaba un acuerdo viable, y ahora pasaba esto…


Para intentar tranquilizarse y concentrarse en su tarea contó mentalmente hasta 10. Pero aquello no funcionó. Mientras, intentó desesperadamente ganar tiempo simulando que meditaba la última propuesta del delegado de los K’run, cuyo pseudorrostro, en la pantalla, le miraba fijamente con lo que en su especie era el equivalente del ceño de una forma que para ellos estaba totalmente fruncido. Sus antenoides manipuladores se movían en lo que, a juzgar por lo que el capitán había leído, debía ser su equivalente del impaciente tamborilear de dedos. El destino de la Federación pendía de un hilo.


Si no acababa pronto con esto, la negociación podía acabar en una tan sangrienta guerra con aquella poderosa civilización que ríase usted de los Borg. Todos en el puente guardaban un silencio sepulcral. Notaba en la nuca la mirada fija de su Oficial de Seguridad, esperando, con el dedo preparado para activar el sistema de armamento. Y sin duda la consejera Troi, a su izquierda, notaba su turbación y se preguntaba que pasaba. Pero ni ella podía hacer nada para ayudarle ahora.


Picard, en ese momento, no podía negar que la incomodidad que sentía podía resultar en algo fatal pero debía resolverlo el sólo. Era su responsabilidad. Era su deber como Oficial de la Flota Estelar.Tenía que tomar una decisión, y tenía que tomarla ya, por el bien de la Federación. Sí, su curso de acción estaba claro, pero representaba un riesgo terrible para él y para su honor personal, para su ascendencia sobre la tripulación, y motivo de enojo para aquellos que siempre se lo habían reprochado, pero… ¿Qué era eso comparado con la ruina de la Federación?


El tiempo se le agotaba. Ahora o nunca. Con una gran dignidad, semejante a la de cualquiera de los personajes de Shakespeare, se levantó de su silla. Ante la incrédula mirada de su gente y el que podría ser un gesto de sorpresa de aquel representante de una cultura alienígena no humanoide, las manos del Capitán de la Enterprise retomaron la vieja costumbre: siguiendo un camino trazado a fuego en las vías neuronales de Picard, de forma casi automática aferraron el borde de la guerrera de su uniforme… y la estiraron hacia abajo.


Picard suspiró. Por fin. La vieja Maniobra, ahora casi olvidada, había funcionado como sabía que lo haría…Ya calmado, sin la incomodidad y la distracción que suponía aquel maldito pliegue de la casaca, se enfrentó audazmente al representante de los K’run con toda su habilidad diplomática. Un total éxito, como no podía ser de otro modo. La crisis había pasado.No llegó a ver la sonrisa sardónica que apareció en la cara de Riker…


Autor: Ramón San Miguel Coca

3 comentarios:

Unknown dijo...

Magistral, como todo lo mque escribe Ramon.
chindiluechu

paco dijo...

Es que hhy cada pliegue que desconcentra a cualquiera.
Lo dice en refran, si breve y bueno dos veces bueno.

Valentín VN dijo...

Una gozada Ramón. Y muy puñetero, digo puntero tu humor, jeje. Pobre Picard.