lunes, 7 de julio de 2008

Relatos AT: El Naufrago

Al asomar la mirada somnolienta por la ventana sólo pudo distinguir, a través del grueso cristal, un puñado de estrellas sobre un frío terciopelo negro. Hacía días que había perdido la noción del tiempo. Sabía a ciencia cierta -aunque solamente porque la lucidez de ese momento lo había incitado a anotarlo en la escueta bitácora de a bordo- que en la fecha estelar 42185.7 había perdido el ochenta por ciento de los sistemas de navegación, que el núcleo warp se había apagado automáticamente (y vaya uno a saber por qué razón la computadora se negaba a reiniciarlo) y que el eje de propulsión se había fracturado en tres partes desiguales al chocar contra lo que él mismo había llamado en su diario de viaje "algo sólido, no mucho más grande que la nave, que impactó desde popa y que la oscuridad de la noche gélida y vacía no me permitió ver".

Según sus cálculos, debería ser viernes o sábado. No tenía ninguna fórmula del todo científica para respaldar su conjetura. Pero la forma en que su última ración de agua potable había disminuido era una buena pista y a la vez un buen motivo de preocupación. Tenía la certeza de que -usada razonablemente, evitando bañarse y afeitarse- el agua alcanzaría para una semana. La comida no era un problema: el replicador aún funcionaba esporádicamente, sin contar conque tenía razones de emergencia como para un mes. Aunque, secreta y desesperadamente, esperaba ser rescatado mucho antes.

Comenzó a escanear frecuencias subespaciales y sus dedos nerviosos comenzaron a juguetear con el tablero. Absolutamente nada más que estática y siseos aleatorios. Ruidos absurdos provocados por la nada y la distancia a su alrededor. Nadie que pudiera oír el SOS que había enviado incontables veces en los incontables días que llevaba de soledad y abandono.
Volvió a mirar por la ventana. Las estrellas seguían en el mismo lugar en el que las había dejado. Envidió a Robinson Crusoe por haber naufragado en una isla desierta y no en el gélido encierro en el que él se encontraba. Y contempló por tercera o cuarta vez la posibilidad del suicidio. Otras veces lo había pensado, pero había desterrado la idea de su mente más por tentadora y facilista que por lo atemorizante.


No tenía objetos cortantes a la mano, pero sí un amplio surtido de substancias tóxicas. Sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, comenzó a mezclar sólidos y líquidos en un recipiente. Un poco de residuo de plasma warp, unas gotas de un ácido con un nombre demasiado largo como para pronunciarlo correctamente, unos cristales de un producto cuya utilidad desconocía... La mezcla había resultado de un color entre azul y verde fluorescente bastante ridículo.
La bebió lentamente, con la naturalidad de quien abre acaba de replicar una taza de té y el esfuerzo de un adolescente que intenta infructuosamente empujar en su tracto digestivo la primera dosis de whisky de su vida. Un mareo atroz se instaló en su cabeza y le nubló la vista. El universo daba vueltas. Perdió el sentido del equilibrio y -poco antes de caer pesadamente al suelo- pudo aferrarse por unos segundos al borde del ojo de buey y distinguir entre la niebla lo que sucedía en el exterior.
El espacio negro, frío y vacío del exterior había sido reemplazado por una enorme embarcación impecablemente metálica que flotaba a su lado plácidamente. Sobre el costado había pintada una enorme insignia de la Federación y un prolijo letrero negro con la consigna "USS Enterprise - NCC 1701-F", que jamás terminó de leer.


Autor: Diego Gualda

1 comentario:

Acrante dijo...

Muy buen relato, y un buen ejemplo de porqué en Star Trek se está en contra de la eutanasia.