-¿Se identifica usted, filosóficamente, como un humanista?
-Sí.
-Pero creció en un ambiente contrario al humanismo.
-No hubo ninguna razón clara ni definitiva en mi infancia que me hubiera conducido al humanismo, salvo el hecho de ser un ávido lector y un ávido estudiante: el humanismo parece haber sido la consecuencia lógica de tanta lectura y de tanto estudio.
-Me parece fascinante que usted, en su adolescencia, haya comenzado a prestarles atención a los sermones de la iglesia y que le hayan parecido absurdos; no se implicó en un largo viaje filosófico. Simplemente los miró desde el sentido común, pensó que eran tontos y los descartó. Y listo.
-Sí. Ellos decían que Dios estaba arriba y que controlaba el mundo y que debíamos orar en contra de Satán. Bueno, si Dios controla el mundo, controla a Satán… Para mí, la religión estaba llena de errores y de antilógicas con las que no podía coincidir.
-Así, en su adolescencia evitó la profunda angustia filosófica. Dejó de lado la religión y siguió con su vida. Filosóficamente, ¿en serio no empezó a examinar los conceptos de Dios y del Universo hasta que se chocó con Star Trek y surgieron los problemas de las culturas alienígenas?
-No puedo decir que no me haya importado; simplemente dejé que eso fluyera y no me tocara. La religión estaba tan llena de inconsistencias que no veía el sentido de discutir cada una de esas inconsistencias. Es como un ruido de fondo, algo que no escuchás.
Pensé bastante en cómo llegué a decir durante casi toda mi vida que la religión me pareció bastante estúpida. De hecho, me parece estúpida, pero ahí viene la pregunta: ¿por qué no la cuestioné? En Have Gun, Will Travel hice uso de la religión varias veces. Una vez, la escena era en la cárcel: un pastor intentaba evitar que colgaran a un tipo; escribí que el pastor agarraba una sierra, se cortaba y sangraba. Y le hice decir algunas cosas acerca de la sangre y de la Salvación. No es que yo creyera de verdad que la sangre y la Salvación estuvieran conectadas, pero eso era lo que creía el público, y recuerdo que no seguí mis propias creencias, por varias razones… En el colegio me habían enseñado que el mundo era un lugar cruel y difícil, así que aprendí a protegerme. Quizá fui chicañero, y sabía que lo era. Sí, hacía mis chicanas, pero también sabía que una cierta cuota de deshonestidad te terminaba protegiendo.
-Ya que hablamos de Have Gun, Will Travel: usted estaba a cargo de un producto que debía de requerir ciertos elementos que le gustaran al consumidor…
-Había ciertos requisitos, sí. Podría haber evitado algunos, pero en aquella época de mi vida no quería confrontar con el sistema. La mayoría de la gente era religiosa devota, por lo menos ante los demás, y yo no veía entonces ninguna razón por la cual exponer mi desagrado ante esas cosas. Ni siquiera estaba seguro de que me desagradaran. Un poco pensaba que así era como funcionaba el mundo: veía el mundo como un lugar en el que la mayoría de las personas no creía pero decía creer, y que de tanto en tanto eran honestas unas con otras. También veía al mundo como algo copado: si eras deshonesto, por ahí zafabas de que te llevaran preso.
-¿”Hipocresía funcional”, podríamos decir?
-Sí. Sé de eso, porque mi familia generó a varios diplomados pero yo salí distinto. Aprendí a preservar mi privacidad y a guardarme lo que pensaba, hasta que llegué a segundo año. Hasta entonces nunca había encontrado ninguna razón para ser distinto. ¿Para qué iba a decir lo que pensaba? Cada pensamiento que tuviera, si lo admitía y si lo decía en voz alta, me iba a arruinar ciertas opciones en mi vida. Así, mejor era que me los guardara, a menos que me encontrara de frente con algo imposible de callar: ser el culpable de que algún otro fuera preso por un delito, o algo así. Podés seguir tranquilo con tu vida imaginando que esas cosas simplemente no van a suceder. Ignorarlas. Durante mucho tiempo, yo hice eso.
-Pero eso cambió. ¿El cambio fue gradual, o abrupto?
-Fue gradual, porque para cambiar nunca encontrás muchas razones de golpe. Recién cuando hice Star Trek, ahí cambié, de a poco.
-Y se la tuvo guardada hasta que vio algún efecto…
-Sí. No voy a hacer un mea culpa ahora, porque en aquel entonces mi comportamiento me pareció sensato.
-Si se hubiera sincerado demasiado pronto, se habría perdido de Star Trek.
-Si hubiera estado rodeado por gente como usted me habría sincerado antes, pero nunca tuve suficientes razones para hacerlo. Ya desde chico supe que ser muy honesto te puede traer líos. Desde joven empecé a hacer trampa. Me acuerdo de mi maestra de cuarto grado cuando se le metió en la cabeza que yo me había salteado un escalón. Un delito. No había sido así, pero ella me perseguía y me perseguía con eso. Traté de analizar el hecho: de qué me servía seguir diciendo la verdad. Así que al final le dije a la maestra, haciéndome el avergonzado: “Bueno, no me di cuenta de que me había salteado ese escalón. Pero ahora que me doy cuenta, sí, fue mi culpa.” Y me dejó en paz. ¿De qué me habría servido insistir tanto en mi honestidad?
-Una lección temprana en la ética de la conveniencia.
-Sí. Yo no ganaba nada teniendo a mi maestra respirándome en la nuca. Aprendí que la diferencia no importaba. Es raro, pero al mismo tiempo podés ser honesto y deshonesto con vos mismo. Lo somos todos, de muchas maneras. Pienso que somos como dos personas en una: mientras tu persona interior cree y admite que está bueno ser decente, tu persona exterior, que tiene que vérselas con el mundo –un mundo que no siempre es justo- está habilitada para derrapar de tanto en tanto. Toda mi vida, me parece, creí que la única persona verdadera era mi persona interior. Hasta que no encuentres una razón para dudar de eso, ¿por qué dudarlo?
-No tiene sentido ser honesto hasta que no puedas tener la habilidad para hacer que esa honestidad sirva de algo. O para expresar tus opiniones.
-O hacer que funcionen. Tengo mucha cancha en la ética de la conveniencia. Difícil que vivas rodeado de adultos sin darte cuenta de cuánto se esfuerzan en la “conveniencia”. La ves todos los días.
-Las mentiritas, los halagos falsos…
-Las mentiritas, “Ah, Marta, lo lamento, si no te llamamos fue porque estás tan ocupada…”. De hecho, no vas a encontrar a nadie que no sufra de “conveniencia”.
-Esto me recuerda a un personaje, la mamá de la consejera Deanna Troi, una betazoide telépata interpretada por Majel Barret, su esposa. Toda vez que piensa algo, la señora Troi dice exactamente eso que piensa. A los humanos se les hace bastante difícil relacionarse con ella.
-Sí. Algunas de estas cosas que escribo son para perdonarme a mí mismo (Risas.)
-Parece medio maquiavélico que usted haya elegido a su mujer para ese papel. No entiendo.
-(Risas.) Sí… Yo tampoco pienso hacer ningún comentario.
-En la señora Troi hay una lección objetiva: se hace difícil tratar con ella porque no tiene filtro, ni padece de ninguna de las convenciones tácitas de los humanos.
-Y es parte de una sociedad donde todos leen los pensamientos de los demás… así que no puede ser falsa.
-Me pregunto cuánto tiempo duraría un humano en ese planeta.
-No mucho.
-Star Trek: The Next Generation es quizás el programa de tevé más humanista que hoy existe… incluso el más humanista de todos los tiempos. Uno de los mensajes subyacentes de ambas series es que los humanos, si se valen de su pensamiento crítico, pueden resolver los problemas a los que se enfrentan sin ninguna ayuda sobrenatural. Me impresioné especialmente con el capítulo "Who Watches the Watchers?": un equipo antropológico de la Federación está observando en cierto planeta una cultura medieval que, desde hace muchos años, ha descartado cualquier creencia sobrenatural. Al capitán le parece un logro magnífico. Pero entonces falla la tecnología y los observadores son observados, y el argumento da un giro cuando algunos de los nativos quieren volver a la religión de sus antepasados porque, simplemente, ésta explicaba la existencia de estos extraños vigilantes. Uno de los subtemas de este episodio fue qué tan fácil les resulta a ciertas personas atribuir acontecimientos inexplicables a algo sobrenatural, en vez de pensarlos. Picard gasta mucho tiempo convenciendo a una líder local de que es tan mortal como ella, y de que no es un ser supremo…
-Siempre pensé que si no pudiéramos explicar de modo sobrenatural las cosas que no entendemos de primera, seríamos como la gente de aquel planeta. Yo nací en un mundo sobrenatural en el que mi familia decía: “Fue así porque Dios lo quiso así”, y cualquier suceso tenía alguna explicación sobrenatural. Eso no tiene sentido, es un error. Para aceptar cualquier situación necesitás de ciertas pruebas, y no había pruebas. Gran parte de mi formación fue gracias a mi padre, quien, por alguna razón misteriosa, no iba a la iglesia. Hoy recuerdo lo que él solía decir. Él no creía que la iglesia fuera precisamente la clase de guía que pretendía que yo tuviera. Creía que estaba bueno que yo fuera a la iglesia, pero tenía tremendos reparos acerca de lo que decían los predicadores (se ríe). Estaba atrapado entre dos estilos de vida. Mi mamá, aviso, era el ángel de mi vida: nos llevaba a la iglesia todos los domingos aunque mi padre la evitara. Papá murmuraba cosas como: “Estos tipos son truchos, si ustedes supieran lo que yo sé…”. Hubo un predicador que a veces estaba y a veces no, y a mi papá ése sí le parecía un ser humano, pero no les daba bola a los otros… No recuerdo que mi papá nos haya llevado jamás a la iglesia, salvo quizá por alguna ceremonia en especial. Una vez nos llevó, y lamento que lo hiciera: fue en 1933, cuando un gran terremoto azotó Long Beach; algunos parientes vinieron a nuestro pueblo y Papá hizo lo correcto: los invitó a la iglesia. Papá era bastante parecido a muchos humanistas que he conocido: tenía buen corazón; no juzgaba a nadie por sus creencias religiosas y tampoco mencionaba que no era devoto. Mamá gastó muchísimo de su tiempo explicando por qué mi padre no iba a la iglesia; eso era lo que se esperaba de una tierna esposa: “Él trabaja mucho", decía, "tiene que descansar”, etcétera.
-¿Cómo era su padre?
-Abandonó el colegio en tercer grado y luego aprendió por sí mismo a leer y a escribir. Era un hombre muy inteligente. Aprendió más o menos como aprendí yo; conocer gente y escuchar lo que dice la gente. Era un tipo común y corriente que recibió su título secundario siendo policía de Los Ángeles; eso lo hizo muy feliz. Un día me llegó una carta que me contó algo grandioso acerca de él: dos señoras mayores me escribieron desde Jacksonville, Florida, cuando TOS salía por la NBC. Ellas habían visto mi nombre en los créditos de Star Trek, y me contaban que les parecía obvio que “yo” hubiera terminado haciendo algo como Star Trek, porque “me habían conocido cuando viajé a Europa para pelear en la Primera Guerra Mundial”, y se acordaban de que yo “ya hablaba de cosas futuristas”. Ellas pensaban que estaban escribiéndole a mi padre y querían saber en qué andaba él después de la Gran Guerra. Pensaban que yo era mi padre. Eso me explicó bastante de todo. Las dos señoras se acordaban de mi papá después de tantos años, y hablaban muy bien de él.
-Debe de haber sido alucinante recibir esa carta.
-Sí, lo fue. Fue alucinante que me contaran que mi padre pensaba en esas cosas. Hay tantas historias entre padres e hijos, y uno tiende a recordar las malas… pero en este caso estuvo bueno. Me sentí orgulloso de que él hubiera soñado esos sueños. Y quisiera decir algo más acerca de mi padre: estaba adelantado a su tiempo. Una vez me llevó al patio de adelante de nuestra casa, en la calle Monte Vista, y me dijo: “Gene, alguna vez van a levantar todas las cuadras de esta ciudad, todas las manzanas, y van a poner autopistas gigantes”. Hablaba de las mismas autopistas que después vi contruir allí. Y me lo dijo en la década del 30.
Traducción y adaptación para Guia ST: Kohelles
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