jueves, 30 de septiembre de 2010

Star Trek el enemigo definitvo

Capítulo 6: T’Pol.

James Kirk tenía edad suficiente como para haber visitado ma´s de una vez a una familia con niños pequeños. Lo cierto es que apenas había mantenido el contacto con Saat desde que éste ingresara en la Flota Estelar, pero creía recordar que sus hijos tenían cinco y tres años. Sus nombres eludían su memoria, sin embargo.
Ciertamente, Kirk esperaba encontrarse con una severísima madre vulcaniana y dos pequeñas fierecillas correteando por el camarote. Una vez más, no tardó ni diez segundos en comprobar –una vez más- lo erróneo de sus predicciones.

La mujer que abrió la puerta era vulcaniana, en efecto, o eso decía su aspecto por lo menos… Pero luego, una enorme sonrisa en su cara rompía todo el efecto. Era imposible que una vulcaniana sonriéra de aquella forma, pero, T’Pol lo estaba haciendo… ¿O sería una mueca tal vez?. No, Kirk conocía bien los gestos faciales de los vulcanianos, y ni la mayor perturbación imaginable provocaría que ninguno de ellos enseñara tanto los dientes como T’Pol lo estaba haciendo en aquel momento. En Vulcano, mostrar los dientes se consideraba un acto de agresión, y en una civilización que casi se había destruído a sí misma por culpa de la violencia, tales gestos simplemente no eran tolerados.

T’Pol notó su sorpresa, y su rostro se convirtió al instante en otro totalmente carente de expresión mientras le decía:

- Mis disculpas, Comandante Kirk. Sospecho que mi marido no le ha hablado de neustro “secreto de familia”.
- Por cierto que no… Aunque si tiene algo que ver con su sonrisa de antes, me encantará conocerlo… Por cierto, llámeme Jim. –La sonrisa volvió al rostro de T’Pol.
- Estupendo, Jim. Pase, por favor.

A diferencia del suyo, el camarote que T’Pol y Saat compartían con sus hijos disponía de varias habitaciones. Nada más franquear la puerta, había un pequeño salón. Desde el mismo, se podían ver tres puertas, que Kirk supuso correspondían a dos dormitorios y un cuarto de baño. Según el gusto imperante en Vulcano, la decoración era más bien austera, con un par de sillones separados por una mesa baja. Demasiado pequeña para comer en ella, ya que desde luego todas las comidas se hacían en el comedor de la nave. En un extremo del salón, había un escritorio, y sentados al mismo se encontraban los dos hijos de Saat y T’Pol.El mayor se llamaba Sybok, y como casi todos los vulcanianos, tenía el pelo negro y liso. La niña, Amanda, era en sí misma un tanto más extraña de ver, pues su pelo era de color castaño oscuro. Algo difícil de ver en un natural de Vulcano, y que Jim Kirk supuso que se debía a la herencia distante de su bisabuela… De la que también había heredado el nombre, por lo visto.
Tanto Sybok como Amanda se encontraban delante de sendos terminales, aparentemente estudiando, y hasta que su madre no les dio permiso para hacerlo, no se levantaron a saludar amablemente al recién llegado.

Kirk pensó al instante que ahora que las familias viajaban juntas en naves estelares, no sería una mala idea crear dentro de cada nave una pequeña escuela… Pero por otro lado, en una nave con más de cuatrocientos tripulantes a bordo, los niños podían perfectamente codearse con ingenieros, médicos, científicos de toda clase… Seguramente sería mejor que –una vez alcanzado el nivel suficiente de conocimientos básicos- pudieran recibir la formación más específica de esos mismos profesionales… Sí, sin duda era una buena idea, y Kirk la anotó mentalmente para comentarla con la Capitán y en su caso transmitirla al Alto Mando.

- Bueno, T’Pol, estoy ansioso porque me expliques ese “secreto de familia”.
- Es bastante sencillo, Jim. Mi marido, Saat, tiene sangre vulcaniana, pero también sangre romulana y humana. Hace ya bastante tiempo que mi suegro encontró interesante aceptar los sentimientos humanos en lugar de eliminarlos o rechazarlos. Por supuesto, Saat y yo hemos continuado con esa pequeña tradición familiar. Ambos recibimos una estricta educación vulcaniana, y hasta la edad adulta… O más bien hasta después de nuestra boda, no comenzamos –llamémoslo así- una “Formación Humana”.
- Entiendo… Debo confesar que por extraño que sea ver una sonrisa vulcaniana, es una experiencia de lo más agradable.
- Gracias, Jim.
- Lo que me resulta aún más difícil de comprender es cómo han conseguido que acepten en Vulcano esta particular forma de ser.
- Lo cierto es que no se puede decir que la hayan aceptado… Tampoco es que sea exactamente un secreto, pero sabemos que la sociedad vulcaniana no está preparada para abrazar los sentimientos. Puede que nunca lo esté, y por eso sólo los mostramos ante familiares y amigos.
- Me siento halagado… Pero dime, T’Pol ¿A qué te dedicas? Estoy convencido de que tienes capacidad para algo más que para estar cuidando todo el día de dos niños que parecen realmente formales… Y no digo que esa labor carezca de importancia.
- Así es, Jim. También soy psicóloga… De hecho, la psicóloga de la nave, aunque hasta mañana no estaré de servicio.
- Así que psicóloga… Tal vez me puedas expicar entonces el repentino cambio de actitud de la Capitán Sulu hacia mí.
- ¿Te refieres a que en un primer momento ha sido brusca, cortante y su forma de actuar rayaba en la agresión verbal?
- Exacto… ¿Quién te lo ha contado?
- Tranquilo, Jim, nadie lo ha hecho. Lo que ocurre es que conozco bien a mi capitán… Digamos que es su forma de actuar con los recién llegados. Utiliza esa estrategia para que se impliquen al máximo de sus posibilidades… Y es un excelente método psicológico para evaluar a la tripulación.
- Me temo que eso último se me escapa.

- Muy sencillo: Un buen tripulante siempre intentará dar el máximo de sus capacidades, intentar demostrarse a sí mismo y al Capitán que es un miembro valido de la tripulación. En cambio, si la persona que recibe el “tratamiento” posee una personalidad disruptiva, muy probablemente desarrollará una animadversión hacia la Capitán que le impedirá hacer bien su trabajo. Incluso proyectará esa agresividad recibida al principio en sus otros compañeros… Por supuesto, ese tipo de personas no tardan mucho en quedar al descubierto y finalmente serán trasladados a otras naves… O a Tierra.
- Muy interesante, desde leugo… Sospecho que entonces he pasado la “Prueba del Capitán”.
- Diría que es una suposición lógica, Comandante –T’pol dijo esto de modo inequívocamente vulcaniano y ambos rieron.
- Me gustaría saber qué opina el Dr. Scott de todo esto…
- Bueno, él también pasó la prueba en su día, aunque ahora mismo sólo hay dos cosas en las que centra su atención. La primera es la Medicina… Y la segunda, la Ingeniería, o una parte de ella, al menos.
- ¿Quiere decir que Scott y Mayo…?
- No exactamente. Basta verlos juntos para darse cuenta de que el Doctor se siente atraído por la Comandante… Y que ella sólo tiene ojos para sus motores.
- ¡Pobre Scott! Y pensar que yo he convencido a Mayo ara que cene con nosotros esta noche… Conozco a un Doctor que pasará la noche haciendo puntería sobre una diana con mi rostro dibujado.
- Tranquilo, Jim. Shaka Scott es un hombre demasiado inteligente como para caer en los celos… En cuanto a Mayo, como ya te dije, de momento sólo tiene ojos para sus motores, y no se ha dado cuenta de lo que el Doctor siente por ella… Pero lo hará, y no tardará mucho en hacerlo. Cuando ésto ocurra, veremos si de ahí sale una pareja… O sólo dos buenos amigos. Conociendo a ambos como los conozco, ocurra lo que ocurra, siempre será para bien.

La conversación derivó desde ahí hacia temas más triviales, hasta que llegó el momento en el que Kirk se despidió para volver a su camarote y prepararse para la cena.
Continuara.
Relato de JUAN TERUEL RAMON.

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