Capítulo 1: Reflejos.
Jim Kirk miró su reflejo, intentando reconocer algo familiar en aquella imagen invertida de –no había duda de ello- sí mismo.
Invariablemente, todas las mañanas seguía el mismo protocolo: Ducha, afeitado y reconocimiento en el espejo.
- ¿Dónde estás, Jim Kirk? –el espejo, por supuesto, no pudo contestar.
Su rostro, en un tiempo anguloso, había sufrido un lento e inexorable proceso de hinchazón, y ahora todo él era una forma redondeada. ¿Cuánto hacía? Sería hace unos quince años, a lo sumo, cuando observó preocupado por primera vez que su mentón prominente comenzaba ser engullido por sus mejillas. Una vez se convenció de que no estaba equivocado, comenzó a ir al gimnasio. A sus ochenta y cinco años, apenas pesaba cinco kilos más que cuando dejó de comandar su querido Enterprise. Sin embargo, ni su rostro volvió a ser el de antes ni sus músculos parecían notar las horas de esfuerzo que les dedicaba. Cuando una década atrás fue a ver a su amigo Bones, el diagnóstico que le dio fue tan breve como demoledor:
-Te has hecho viejo, Jim.
¿Qué frase había usado luego…? “I’ve been wasting time all my life and now time doth waste me” (He pasado toda mi vida gastando el tiempo y ahora es el tiempo quién me desgasta a mí).
Ojalá éste nuevo enemigo no hiciera tan bien su trabajo…
Echaba de menos a Bones. Su fallecimiento años atrás fue un duro golpe. Una mañana, Bones ya no se despertó. Ninguno de los médicos que examinaron su cuerpo pudo dar con la causa. Sólo el bueno de Hikaru expresó con palabras de qué murió en realidad:
- Ya no le quedaba nada por hacer en esta vida.
Irónicamente, menos de un mes después era el propio Sulu el que moría. Vaporizado por rebeldes de alguna facción desconocida mientras intentaba poner paz. No le era desconocido ese trabajo, pero sólo alguien como Sulu podía reconvertirse de timonel a Capitán de nave estelar… Para después jubilarse y reaparecer como embajador y mediador… Y con éxito, además.
Comparado con Sulu, Jim Kirk había sido un simple objeto decorativo desde su jubilación. Por supuesto que había protestado, en realidad había armado un auténtico Pandemonio, pero el mismo Presidente de la Unión Federal de Planetas le había ordenado evitar cualquier tipo de actividad peligrosa.
Todo oficial de la Flota sabía que aún fuera del Servicio Activo, seguía estando obligado a acatar las órdenes que se le dieran… Y no quedaba ni un sólo funcionario de la UFP que no supiera de la gran habilidad del Capitán James Kirk para estirar y doblar las órdenes, sin romperlas, pero adaptándolas a sus propósitos.
- Antes o después, capitán, todos pagamos por nuestros pecados… Bien, ahora le toca a usted.
(Las palabras del Presidente se grabaron a fuego en el cerebro de Jim Kirk).
- Tendrá usted escolta permanente. La UFP no puede arriesgarse a que el único comandante que ha conseguido sobrevivir a la misión inicial de 5 años pueda morir de causas no naturales.
Desde aquel día, más de 10 capitanes de nave estelar habían sobrevivido a su misión inicial. Cada vez que esto ocurría, Jim Kirk elevaba un muy respetuoso y no menos formal comunicado solicitando la anulación de aquella orden.
Invariablemente, a las 72 oras terrestres, el capitán Kirk recibía una contestación extensísima que siempre acababa con las mismas palabras:
“Lamentamos tener que rechazar su solicitud”.
Jim Kirk pasaba el tiempo de conferencia en conferencia, prestando lo único que se le permitía ofrecer: Su experiencia.
Dado que no se le permitía viajar fuera de la Tierra, muchas de tales “conferencias” eran charlas intrascendentes vía subespacial. Pasaba el tiempo y Kirk se daba cuenta de que cada vez más y más de los asistentes dejaban bastante claro que sólo lo consideraban ya un viejo dinosaurio sin conocimiento real de las relaciones galácticas actuales.
- No los culpo en realidad yo mismo pienso eso exactamente de mí.
Su última salida fue a Vulcano, para la boda de Saat, hijo de Spock y Saavik. Recordaba Jim Kirk cómo había susurrado al oído de Spock:
-Por una vez puedo estar presente en un Khunat Kalifi sin tener que luchar a muerte con el novio.
Ni un sólo músculo más allá de los estrictamente necesarios se movió mientas Spock respondía:
- ¿Está usted seguro de eso, Capitán?
Habían pasado demasiado tiempo juntos como para que Jim Kirk no supiera que su amigo bromeaba, pero no pudo evitar que todos sus músculos se tensaran y el vello se le erizara mientras la adrenalina comenzaba a fluir por su cuerpo.
- Veo que sigues siendo un hombre de acción, Jim.
Jim Kirk sonrió. Spock permaneció serio y atento a la ceremonia. Ahora que Bones no estaba, éste “vulcaniano de sangre verde” era la persona que mejor le conocía en el Universo.
Cuando por fin Saat tocó el gong hexagonal, James T. Kirk exhaló relajado el aire que retenía en sus pulmones.
Después, llegó el momento de los aparentemente fríos intercambios de parabienes entre los asistentes. Aparentemente sólo, pues su ceremoniosidad sólo era la evolución vulcaniana del cariño expresado en la Tierra. Jim Kirk, a su vez, era el terrícola que mejor comprendía los ritos de Vulcano.
Faltaban los recién casados, por supuesto, que aún antes de que se apagara el eco del gong habían desaparecido en su nuevo hogar. El Pon Farr podía retrasarse, nunca evitarse, y parte del Khunat Kalifi estaba diseñado para que los novios no tuvieran necesidad de agasajar a los invitados… Esa tarea recaía en las familias, mientras que a los novios sólo se les permitía dedicarse a otras actividades infinitamente más placenteras.
Conociendo la proverbial resistencia de los hombres (y mujeres) de Vulcano, Jim Kirk sabía que pasaría casi una semana antes de que Saat y T’Pol volvieran a salir de su casa. Sabía que Saat tenía una cuarta parte de sangre terrícola en sus venas, pero ese otro cuarto de sangre romulana que había heredado de su madre Saavik, debería compensar cualquier posible carencia.
Eso había sido años atrás, pensó Kirk, y de repente tomó una decisión.
Jim Kirk miró su reflejo, intentando reconocer algo familiar en aquella imagen invertida de –no había duda de ello- sí mismo.
Invariablemente, todas las mañanas seguía el mismo protocolo: Ducha, afeitado y reconocimiento en el espejo.
- ¿Dónde estás, Jim Kirk? –el espejo, por supuesto, no pudo contestar.
Su rostro, en un tiempo anguloso, había sufrido un lento e inexorable proceso de hinchazón, y ahora todo él era una forma redondeada. ¿Cuánto hacía? Sería hace unos quince años, a lo sumo, cuando observó preocupado por primera vez que su mentón prominente comenzaba ser engullido por sus mejillas. Una vez se convenció de que no estaba equivocado, comenzó a ir al gimnasio. A sus ochenta y cinco años, apenas pesaba cinco kilos más que cuando dejó de comandar su querido Enterprise. Sin embargo, ni su rostro volvió a ser el de antes ni sus músculos parecían notar las horas de esfuerzo que les dedicaba. Cuando una década atrás fue a ver a su amigo Bones, el diagnóstico que le dio fue tan breve como demoledor:
-Te has hecho viejo, Jim.
¿Qué frase había usado luego…? “I’ve been wasting time all my life and now time doth waste me” (He pasado toda mi vida gastando el tiempo y ahora es el tiempo quién me desgasta a mí).
Ojalá éste nuevo enemigo no hiciera tan bien su trabajo…
Echaba de menos a Bones. Su fallecimiento años atrás fue un duro golpe. Una mañana, Bones ya no se despertó. Ninguno de los médicos que examinaron su cuerpo pudo dar con la causa. Sólo el bueno de Hikaru expresó con palabras de qué murió en realidad:
- Ya no le quedaba nada por hacer en esta vida.
Irónicamente, menos de un mes después era el propio Sulu el que moría. Vaporizado por rebeldes de alguna facción desconocida mientras intentaba poner paz. No le era desconocido ese trabajo, pero sólo alguien como Sulu podía reconvertirse de timonel a Capitán de nave estelar… Para después jubilarse y reaparecer como embajador y mediador… Y con éxito, además.
Comparado con Sulu, Jim Kirk había sido un simple objeto decorativo desde su jubilación. Por supuesto que había protestado, en realidad había armado un auténtico Pandemonio, pero el mismo Presidente de la Unión Federal de Planetas le había ordenado evitar cualquier tipo de actividad peligrosa.
Todo oficial de la Flota sabía que aún fuera del Servicio Activo, seguía estando obligado a acatar las órdenes que se le dieran… Y no quedaba ni un sólo funcionario de la UFP que no supiera de la gran habilidad del Capitán James Kirk para estirar y doblar las órdenes, sin romperlas, pero adaptándolas a sus propósitos.
- Antes o después, capitán, todos pagamos por nuestros pecados… Bien, ahora le toca a usted.
(Las palabras del Presidente se grabaron a fuego en el cerebro de Jim Kirk).
- Tendrá usted escolta permanente. La UFP no puede arriesgarse a que el único comandante que ha conseguido sobrevivir a la misión inicial de 5 años pueda morir de causas no naturales.
Desde aquel día, más de 10 capitanes de nave estelar habían sobrevivido a su misión inicial. Cada vez que esto ocurría, Jim Kirk elevaba un muy respetuoso y no menos formal comunicado solicitando la anulación de aquella orden.
Invariablemente, a las 72 oras terrestres, el capitán Kirk recibía una contestación extensísima que siempre acababa con las mismas palabras:
“Lamentamos tener que rechazar su solicitud”.
Jim Kirk pasaba el tiempo de conferencia en conferencia, prestando lo único que se le permitía ofrecer: Su experiencia.
Dado que no se le permitía viajar fuera de la Tierra, muchas de tales “conferencias” eran charlas intrascendentes vía subespacial. Pasaba el tiempo y Kirk se daba cuenta de que cada vez más y más de los asistentes dejaban bastante claro que sólo lo consideraban ya un viejo dinosaurio sin conocimiento real de las relaciones galácticas actuales.
- No los culpo en realidad yo mismo pienso eso exactamente de mí.
Su última salida fue a Vulcano, para la boda de Saat, hijo de Spock y Saavik. Recordaba Jim Kirk cómo había susurrado al oído de Spock:
-Por una vez puedo estar presente en un Khunat Kalifi sin tener que luchar a muerte con el novio.
Ni un sólo músculo más allá de los estrictamente necesarios se movió mientas Spock respondía:
- ¿Está usted seguro de eso, Capitán?
Habían pasado demasiado tiempo juntos como para que Jim Kirk no supiera que su amigo bromeaba, pero no pudo evitar que todos sus músculos se tensaran y el vello se le erizara mientras la adrenalina comenzaba a fluir por su cuerpo.
- Veo que sigues siendo un hombre de acción, Jim.
Jim Kirk sonrió. Spock permaneció serio y atento a la ceremonia. Ahora que Bones no estaba, éste “vulcaniano de sangre verde” era la persona que mejor le conocía en el Universo.
Cuando por fin Saat tocó el gong hexagonal, James T. Kirk exhaló relajado el aire que retenía en sus pulmones.
Después, llegó el momento de los aparentemente fríos intercambios de parabienes entre los asistentes. Aparentemente sólo, pues su ceremoniosidad sólo era la evolución vulcaniana del cariño expresado en la Tierra. Jim Kirk, a su vez, era el terrícola que mejor comprendía los ritos de Vulcano.
Faltaban los recién casados, por supuesto, que aún antes de que se apagara el eco del gong habían desaparecido en su nuevo hogar. El Pon Farr podía retrasarse, nunca evitarse, y parte del Khunat Kalifi estaba diseñado para que los novios no tuvieran necesidad de agasajar a los invitados… Esa tarea recaía en las familias, mientras que a los novios sólo se les permitía dedicarse a otras actividades infinitamente más placenteras.
Conociendo la proverbial resistencia de los hombres (y mujeres) de Vulcano, Jim Kirk sabía que pasaría casi una semana antes de que Saat y T’Pol volvieran a salir de su casa. Sabía que Saat tenía una cuarta parte de sangre terrícola en sus venas, pero ese otro cuarto de sangre romulana que había heredado de su madre Saavik, debería compensar cualquier posible carencia.
Eso había sido años atrás, pensó Kirk, y de repente tomó una decisión.
Continuara.
Relato de JUAN TERUEL RAMON.
No hay comentarios:
Publicar un comentario